La esquizofrenia femenina
Se me atribuyen las responsabilidades y las tareas de una criada para
todo. He de mantener la casa impecable, la ropa lista, el ritmo de la
alimentación infalible. Pero no se me paga ningún sueldo, no se me
concede un día libre a la semana, no puedo cambiar de amo. Debo, por
otra parte, contribuir al sostenimiento del hogar y he de desempeñar
con eficacia un trabajo en el que el jefe exige y los compañeros
conspiran y los subordinados odian. En mis ratos de ocio me
transformo en una dama de sociedad que ofrece comidas y cenas a los
amigos de su marido, que asiste a reuniones, que se abona a la ópera,
que controla su peso, que renueva su guardarropa, que cuida la lozaína
de su cutis, que se conserva atractiva, que está al tanto de los
chismes, que se desvela y que madruga, que corre el riesgo mensual de
la maternidad, que cree en las juntas nocturnas de ejecutivos, en los
viajes de negocios y en la llegada de clientes imprevistos; que
padece alucinaciones olfativas cuando percibe la emanación de
perfumes franceses (diferentes de los que ella usa) de las camisas,
de los pañuelos de su marido; que en sus noches solitarias se niega a
pensar por qué o para qué tantos afanes y se prepara una bebida bien
cargada y lee una novela policíaca con ese ánimo frágil de los
convalecientes. Rosario Castellanos
(www.7costumbres.blogspot.com.)

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