La super información
Hoy en día vemos que los niños nacen "con el celular en la mano".
Que niños nacidos en el SXXI tienen la facilidad de apropiarse de la tecnología que nosotros tuvimos que aprender de grandes.
Sí tenían la internet y el mundo digital a su disposición desde el principio de sus incipientes vidas, de modo que no tuvieron que adaptarse como los que nacimos durante el "Basic" e incluso antes.
Pero ¿cuál es el costo?. Cuál es el costo de esa interacción "digital pero sin dedos para tomar de la mano", "chatear" pero con la chatura de digitar en íconos en vez de sobre personas.
De jugar al fútbol "en la play" en vez de con una pelota. De no saber trepar árboles, jugar a las escondidas y pasar de un jueguete a otro con al menos un año de dilación.
Del contacto físico, de la serenidad... las siestas, el aburrimiento e incluso no hacer nada. Del inventar juegos, leer libros, conversar con tranquilidad de los temas más diversos...
La super información dilató esas cosas, las dejó como para después, mientras los niños entran al jardín a la edad de 2 años, sino menos. Las dejó como para después desde los inicios mismos de la vida.
Y claro está que lo que no sucede en su momento no sucederá más tarde. No tendrán esos niños en sus ojos el cielo de verdad, de haberlo mirado aunque sea en una tarde gris de invierno durante un Miércoles común.
Todo es especial, todos son "flashes" a su alrededor y ninguna realidad de encuentro. Arrojados desde bebés a una supuesta interacción que no es tal, abrumados por actividades que no hacen más que provocarles una sobre-estimulación.
La hiper-actividad pandémica termina por definir sus inteligencias, grandes o pequeñas. Hasta las mentes más brillantes de esos niños acaban teniendo problemas de aprendizaje en la escuela, en contenidos tan básicos como la "comprensión de textos".
Hay que comprender que Google no lo sabe todo, que todo rejunte de información merece un segundo momento de discernimiento. Que los padres no son menos por ser de otro mundo, sino más porque precisamente han digerido todo con mayor eficiencia.
Aún siendo menos, lo han sabido digerir mucho mejor. Han tenido incluso tiempo para jugar, para inventarse los juegos en vez de encontrarlos en una máquina. Hasta para inventarse máquinas imaginarias, en las cuáles el hombre era su objeto, y no al revés.
¿Cómo respetar a esos padres desde el puesto de "centro del mundo"? ¿Cómo si ese mismo puesto se lo ha dado a los niños la supuesta nueva buena educación? Si ya no es el matrimonio de los padres algo a lo cuál el niño debe adaptarse, sino al revés.
Si ya un mero "no" está mal visto, como si no tuvieran límites legítimos que ponerles. Y ¡uau! con un chirlo o un no consistente, a esas supuestas personas iguales a las que hay que hablarles. Por eso carecen de límites... por eso tan desbordados.
Desbordados por la super información, por la mala educación... Y todo mientras las necesidades humanas de contacto en profundidad siguen ahí. Las necesidades humanas de contención y de un "no" a tiempo siguen postergadas...
Despotrican luego en la adolescencia, y es cuando también los contactos se vuelven más superficiales. Más "profundos" y más superficiales a un tiempo. Sexo que no vale la pena, y libertad que no es tal.
Dan coces contra el aguijón que les representa la tranquilidad, la honda sabiduría de los ancianos, el deseo de charlar mirándose a la cara y todo sentido de autoridad.
Se hieren ellos mismos en su afán de libertad, de re-considerarlo todo sin reconsiderar nada, y sin respetar nada hablan de respeto.
Esa es la juventud, esa es la modernidad de hoy en día mayormente. Y es una pena... pero aún así hay valores todavía.
Niños y adolescentes que saben vivir. Que saben preservar lo bueno, aunque sea intuitivamente, entre tanto caos.

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